Carmen Casal Prieto 1ºCTB
Juego
de niños
¿Quién
no ha querido alguna vez ser pequeño de nuevo? ¿Quién no ha querido que se pare
el reloj? Sigo andando por la calle y me pregunto si la gente de mi alrededor
tiene los mismos pensamientos que yo. Si necesita tanto como yo volver a ser un
niño. Si se imaginan siquiera todo lo que está pasando por mi mente. O lo que
está pasado en mi vida.
Quiero que vuelva ese momento en el
que no te has equivocado en nada, quiero que vuelva ese momento en el que todo
es de color de rosa. Porque lo que dicen de que la vida es bella, que hay que
luchar por tus sueños, que si lo haces de la debida forma todo saldrá bien... todo
eso era mentira. Ahora lo sé. Quiero que vuelva ese momento en el que te crees
todo lo que te dicen. Creer algo de forma ciega, así como un niño cree en que
su hermanito vino con una cigüeña, como cree que su mascota está de verdad en
una granja, como cree que llegará a ser astronauta. Quiero volver a creer de
forma ciega. Así como cree un niño.
Nadie me mira a la cara.
¿Significará eso algo? ¿Vuelvo a estar en peligro? Quizá no. No, no. Es buena
señal. Es que no sospechan nada. Sí, es eso. Sólo tengo que pasar
desapercibida.
Ojalá no tuviera nada de que temer. Quiero que vuelva ese
momento en el que nada te atemoriza. En realidad, siempre te atemoriza algo…
mejor dicho, quiero que vuelva ese momento en el que lo que te atemoriza no te
hará daño realmente. Quiero tener la clase de miedos que tiene un niño. Quiero tener miedo de la oscuridad, que se
acerque mi madre y se acueste conmigo hasta que se me pase.
Quiero tener miedo
de una película de terror, soltar un grito y que apagando la tele se pase toda
inquietud. Quiero tener miedo de bajar en el tobogán, quiero necesitar que se
acerque alguien para ayudarme. Quiero tener miedo de tonterías. No quiero tener
miedo de mí misma.
Llego a un cruce con una calle más transitada.
Observo mi alrededor. Mi mirada pasa de un viandante a otro, mi cerebro intenta
pensar hacia dónde será mejor dirigirme. El aeropuerto. Demasiado peligroso.
Casa. Imposible.
Creo que lo mejor es la azotea de un edificio alto. Lo más
alto posible. Sacudo la cabeza, como hago siempre que algo me corroe la
conciencia. “Sigue andando” -me ordeno- “no pienses en eso ahora.” Estoy parada
en medio de la calle. No me había dado cuenta. Miro a los lados otra vez. Mis
ojos se posan en unas luces azules y rojas que se acercan. Colores demasiado
brillantes. Mis oídos escuchan una sirena de policía. Suena demasiado alto. Se
acerca demasiado rápido. Mi corazón empieza a latir a mil por hora. Pasan solo
unos segundos entre que me pongo la capucha, me doy la vuelta y empiezo a
correr.
Ojalá
recuperara esos momentos en los que huir era sólo jugar al pilla-pilla. Que
correr sea sólo en el patio del recreo. Que cuando alguien te persigue sea un
simple juego. Por favor, que sea un juego. Que no sea verdad.
Estoy jugando al
pilla-pilla. No me pueden coger. Antes
tienen que contar. Uno, dos, tres. Giro a la derecha. Izquierda. Veo de reojo
varias personas corriendo detrás de mí. Todavía tengo margen. Cuatro, cinco,
seis. Esquivo a la gente que camina por la calle. Derecha, recto, izquierda. El
truco siempre ha sido que me pierdan de vista. En el patio sólo había que
quitarse del tránsito. Un lugar apartado, ese era el truco. Siete, ocho, nueve.
Aunque claro, por mucho que corrieras, el otro siempre corría un poco más. Diez.
Quien no se haya escondido, tiempo ha tenido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario