Aunque sepáis quién
soy, no lo diré
Desde hace muchos años, muchos
individuos han intentado descifrarme, acercarse a una definición que
decida lo que soy, encasillarme para poderme guardar en el cajón de los
misterios resueltos.
Intentan averiguar de dónde procedo
y quién soy en realidad, cuando deberían no pensar siquiera en cosas tan
triviales como mi nacimiento. Es obvio que lo soy todo y a la vez no soy nada.
Que en un instante aparezco para desaparecer en la distancia. Que soy, en este
mundo, lo más frágil que se pueda encontrar. Que soy lo que los enfermos más
desean y lo que más detestan los desdichados, muy a mi pesar.
Me temo que si dijera todo lo que
soy ahora mismo, dejaría la solución de mi enigma al desnudo, privándoos a vosotros de tener pequeñas crisis que os ayuden a entender el porqué de vuestra
existencia; privándome por completo de toda clase de diversiones que alberga el
ver volverse loco a una raza entera con sólo escaparme de entre sus manos.
Porque se vuelven verdaderamente
locos intentando buscarme un significado, pero locos de remate. Tan locos, tan
locos, que muchos hasta me pierden porque no me encuentran en ninguna salida,
estando yo justo enfrente de ellos.
Al final, demasiados me acaban
abandonando por darle más importancia al billete que a mí misma. Si ya lo dijo
Francisco de Quevedo todo sobre el poderoso don Dinero, aquello por lo que
millones se humillan y aquello que millones aman hasta morir.
Pero si escribiera todo aquello que
he escuchado sobre mí: teorías descabelladas, conspiraciones horripilantes,
rumores vacíos y reflexiones extravagantes... llenaría miles de libros, aun si
las contara por encima.
He de decir, que muy a mi pesar, hay
quien ha averiguado parte de lo que soy, (aunque sólo parte). Entre ellos se
encuentran los científicos, y en especial los biólogos, que han puesto nombre a
alguno de mis inicios. Están también los filósofos y pensadores, que han sabido
hallar alguna que otra razón para tenerme, por muy imposible que pareciera. Sin
embargo, por mucho que hayan descubierto sobre mi existencia, jamás pudieron
acercarse tanto como lo han hecho los poetas. Seres que rasgando una pluma
sobre un papel, consiguen transformar en palabras parte de mi esencia, por muy
extraño que sea o por muy trivial que parezca.
Han sido los poetas aquellos que han
plasmado mi importancia y mi indiferencia, la necesidad de tenerme y la
necesidad de desprenderse de mí. Sin haberlo querido, rimando y sin rimar, han
hablado de mis más profundos secretos desvelándolos a quienes quisieran
escuchar. Han sido ellos los que han hecho de mi algo abstracto, temible y
maravilloso, llamándome, en vez de alfa, poema.
Han sido los poetas.
Escondida entre los versos y
rezagada entre las estrofas, todos ellos me hallaron de una manera o de otra,
aunque nunca he sentido tanto amor y tanto odio hacia mi persona de formas tan
armoniosas.
Como una vez en la que resumió
Benedetti la complicación y la veracidad de mi ser en La vida ese
paréntesis; como una vez en la que Campoamor, indignado, narraba cómo, si
ya contándome en días era muy larga, me hacía eterna si me medían en horas. Y
todo esto en nada más y nada menos que en cuatro estrofas, a las que en conjunto
llamó La vida humana.
Han transcurrido ya varios años,
varios siglos, y yo todavía sigo sin saber cómo es posible inspirar tanta
pasión y tanta delicadeza hablando sobre un tema tan extenso, sin saber
encontrar una definición que decida lo que son, sin saber cómo poder
encasillarlos para poderlos guardar en el cajón de los misterios resueltos.
Pero, ¿sabéis qué? Que no me esfuerzo en hallar una respuesta, puesto
que un enigma es un enigma y si se le proporciona una solución, ya pierde todo
el encanto, por mucha satisfacción que se obtenga como resultado.
No os puedo privar de vuestro
derecho a investigarme, a saber de mí, pero una cosa es segura, si no es
tortura lo que buscáis, seguid los pasos de los artistas, de los poetas,
aquellos que me hallaron incluso cuando no quisieron, aquellos que me perdieron
por amor y me volvieron a encontrar entre las notas de un fandango.
No tomadme en serio.
No tomadme en serio, para que así,
yo pueda mostrarme ante ustedes tal y como soy, con mis cosas buenas y mi cosas
malas. Quizás pueda aparecer en vuestro libro preferido o en la canción más
pegadiza, pero yo os garantizo que si seguís mi consejo, me encontraréis
seguro, si me nombráis con sinceridad y sin rastro de melancolía, si entre
vuestros labios se os escapa llamar a alguien, desde el corazón, vida mía.
Lucía
Alonso Ramírez